Ver a la Virgen
Era muy temprano. Era un día especial. Era fiesta.
Todavía los cinturones de seguridad traseros no eran obligatorios y el,aire acondicionado no venia de serie en los vehículos convencionales.
Las sonrisas se multiplicaron a medida que nos acercábamos a la margen derecha.
Aparcamos cerca de los leones. Cogidos de la mano cruzamos el semáforo.
Empujamos la vetusta puerta, besamos los pies del Cristo y arropandola la dejamos en los brazos de un tierno infantico.
Nerviosos avanzamos hasta tenerla al alcance de nuestros ojos.
Con seguridad el infante inclino la cabeza frente a la pequeña figura, subió los escalones y la acercó al Pilar. Girando despacio se situó en el ángulo correcto para la fotografía. Los tres sonreímos emocionados.
El niño bajo las escaleras, retornamos a la pequeña puerta de acceso a la capilla y abrazamos a mi pequeña hermana. Mi madre encendio una vela con gran fe. Tomamos un helado en la plaza. Observamos cómo algunos turistas disfrutaban dando de comer a las palomas y regresamos al coche.
Fue un día feliz, un instante imborrable, un día emocionante.
Era mi hermana Pilar la que había sido pasada por el manto de la Virgen.
Como ella mi hija, mis sobrinas, todos y cada uno de los niños de mi familia.
Con fe o con un amor instintivo que nace del corazón me enorgullece especialmente que mi hija " vaya a ver" a la Virgen hoy y siempre. Siento inmensa felicidad cuando recuerdo que en su mochila llevaba verde cinta, cuando la regala a los amigos que vienen de otros lugares, cuando pasea, atraviesa la gran plaza, el portalón y mira desde el ángulo izquierdo a la Virgen del Pilar. Ella y la Virgen saben porqué son y están.
Hoy le llevamos flores pero mañana, pasado y al otro no dejará de tener visitas a su casa. Es universal, madre en quien refugiarse y amiga a quien contar. Sin alardes efímeros, por siempre mi amor a la Virgen del Pilar.
Todavía los cinturones de seguridad traseros no eran obligatorios y el,aire acondicionado no venia de serie en los vehículos convencionales.
Las sonrisas se multiplicaron a medida que nos acercábamos a la margen derecha.
Aparcamos cerca de los leones. Cogidos de la mano cruzamos el semáforo.
Empujamos la vetusta puerta, besamos los pies del Cristo y arropandola la dejamos en los brazos de un tierno infantico.
Nerviosos avanzamos hasta tenerla al alcance de nuestros ojos.
Con seguridad el infante inclino la cabeza frente a la pequeña figura, subió los escalones y la acercó al Pilar. Girando despacio se situó en el ángulo correcto para la fotografía. Los tres sonreímos emocionados.
El niño bajo las escaleras, retornamos a la pequeña puerta de acceso a la capilla y abrazamos a mi pequeña hermana. Mi madre encendio una vela con gran fe. Tomamos un helado en la plaza. Observamos cómo algunos turistas disfrutaban dando de comer a las palomas y regresamos al coche.
Fue un día feliz, un instante imborrable, un día emocionante.
Era mi hermana Pilar la que había sido pasada por el manto de la Virgen.
Como ella mi hija, mis sobrinas, todos y cada uno de los niños de mi familia.
Y como aquel día de agosto de los setenta, siempre al contemplar el blanco y rojo del que sube las escaleras con un bebé en sus brazos y lo muestra a la imagen de la Madre, mis ojos brillan plenos de un sentimiento de alegría difícil de explicar con simples palabras.
Con fe o con un amor instintivo que nace del corazón me enorgullece especialmente que mi hija " vaya a ver" a la Virgen hoy y siempre. Siento inmensa felicidad cuando recuerdo que en su mochila llevaba verde cinta, cuando la regala a los amigos que vienen de otros lugares, cuando pasea, atraviesa la gran plaza, el portalón y mira desde el ángulo izquierdo a la Virgen del Pilar. Ella y la Virgen saben porqué son y están.
Hoy le llevamos flores pero mañana, pasado y al otro no dejará de tener visitas a su casa. Es universal, madre en quien refugiarse y amiga a quien contar. Sin alardes efímeros, por siempre mi amor a la Virgen del Pilar.
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