Somport, pies de peregrino. Camino 4. Primera etapa.




La niebla se disipa. La nieve, temerosa del sol, queda en lo alto. El valle francés muestra su belleza al fondo. Al otro lado de la Gendarmería, la senda serpenteante acoge un hilo de agua.
Respirar, dejar la mirada vacía de lo cotidiano. Iniciar el descenso con el reflejo de una sonrisa.
Bajar el camino y a uno mismo.


Iniciar un recorrido que es eterno y demasiado breve.
Dar el primer paso en un cruce de fronteras, de vidas y de sentimientos.
¿Cuántas historias guarda el Somport? ¿Cuántos sueños?

Aferrarse a la barandilla de suave madera y sentir una tierra tosca. Ser acariciado por la dura piedra cincelada por los pasos de millones de peregrinos. Sentir como la planta se eleva cuando llega el cansancio.

Sobria montaña de más de mil metros a ambos lados del sendero.
Cielo limpio que el sol potencia con su intensidad.
Chasqueo del agua cuando siente la roca en su caída.
Rio Aragón que se empuja sin saberlo a la presa.
Musgo que adorna las piedras. Acebo altivo que da valor al tronco en el que se apoya.
Hojas secas que, con su rojizo color, ponen suave alfombra a los peregrinos.

Es el inicio de un nuevo camino. Del mejor de ellos. Todos lo han sido.

La piedra duele en su bajada. La recompensa llega en cada palabra de aliento del mejor compañero. Cada fotograma descubierto es un regalo.

Somport acoge hoy una nueva aventura. Fascinante punto para ponerse, nuevamente, los pies de peregrino. Canfranc, con su elegancia, será el reposo fugaz.
Bajar el camino y a uno mismo. Poderosa lección.

“Derecho, caminando adelante, no se puede ir muy lejos” decía el Principito.


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