Toda una vida de ...amor
Arguese se sienta en su
viejo sofá. Es sólido, de buen material, inquebrantable al tiempo. El mueble es
como quien lo construyó, como él mismo.
Coge entre sus manos un
delicado cuenco de fruta, en su mayoría mango.
Dulce instante para
reflexionar sobre el día transcurrido. Misa y desayuno, trabajo en la catedral
a primera hora, comida temprana y reunión con el Consejo del Agua para trazar
nuevos proyectos. Ha sido un día cualquiera, en la vida de un hombre que
debería aparecer en los titulares, de los medios de comunicación diariamente.
Es el padre Arguese, uno de
los muchos religiosos o laicos que consagran su vida a los demás. Su paso por
tierras kenianas, ha supuesto un cambio radical en la calidad de vida de miles
de personas necesitadas. Pocos le conocerán en los países desarrollados o
incluso en el mismo continente africano, pero este italiano es un héroe.
El padre Arguese fue enviado
por su congregación a la comarca de Tuuru-Merú al oeste de Kenia. Los
Combonianos habían creado en este punto, un centro para el cuidado de
enfermos o afectados de poliomielitis. Cuando Arguese llegó su sorpresa fue mayúscula.
Observó que el agua era un bien de lujo en esta comunidad. Su sorpresa llegaba,
pues la aldea, estaba situada a los pies de una montaña frondosa, en un punto
rico en precipitaciones. Los habitantes del poblado llamaban al pico “La Montaña del Agua”. ¿Cómo
era posible tener tanta cantidad de líquido elemento y sin embargo recorrer
varios km diarios acarreando agua para poder beber, asearse y regar la tierra?
El padre observó que la
mayor parte de las fuentes de agua se hallaban en el lado opuesto de la montaña,
lejos del poblado. Esa era su misión, pensó,
había sido enviado allí para
solventar el problema.
El italiano recorrió la base
del monte aferrado a una varilla de madera.Arguese es tahúr.
Observó
gratamente que en las cercanías de las casas, el agua, también podía brotar.
En sus horas de estudio de
la zona, ideó un sistema de aprovechamiento y canalización del agua pionero.
Consultó con varios ingenieros amigos y decidió poner en práctica su teoría.
No le fue sencillo dar los
primeros pasos, convencer a los habitantes de la zona. La Montaña del Agua era
considerada sagrada y trabajar en ella no estaba bien visto.
Con la ayuda de tan solo una
docena de hombres comenzó a horadar un túnel que atravesaría la roca. Con sus
propias manos lo finalizó. Ahí se iniciaba el gran proceso, la gran revolución.
El agua de lluvia depositada
en hojas y tierra se filtra gota a gota por el túnel horadado. Un canal la
recoge y dirige a tuberías mayores. Se construyó un pequeño embalse que
guardaba el agua. Una presa lo regula según la necesidad. A través de
recorridos naturales apoyados por canales el agua llega finalmente a la aldea.
Ese fue el inicio hace 40
años. Hoy se han construido dos embalses, tres presas y una red de abastecimiento
de agua que beneficia a más de medio millón de personas y
cultivos.
El padre Arguese ha dedicado
su vida a las gentes que pueblan una tierra roja, en un lugar remoto llamado
Tuuru-Merú. Nada ha sido sencillo.
Durante cuatro lustros ha
peleado contra la climatología, las costumbres, la falta de apoyos económicos
del país donde trabaja y la indiferencia de los países desarrollados.
Pero también ha logrado con
su agua en fuentes públicas o en las puertas de las chozas, dar vida a sus
compañeros de viaje.
Sobre todo ha conseguido que
muchas niñas puedan estudiar. Esto es algo extraordinario en África pues el
tiempo que una mujer dedica a llevar agua al hogar ahora lo puede aprovechar en
su formación. En este continente la mujer es la encargada de cocinar, limpiar,
llevar el agua, acarrear leña y hacer el fuego, cultivar la tierra y cuidar de
sus hijos. No hay tiempo para su formación.
Arguese se siente orgulloso
de haber contribuido a posibilitar un futuro más alentador a muchas de esas
mujeres.
La casa del padre comboniano
es ejemplo de serenidad y felicidad. Tiene 82 años aunque su físico no los
muestre. Es un hombre fuerte, vital y enérgico. Cuando los miembros de las ONG, como
Manos Unidas, que apoyan económicamente sus proyectos, le visitan, sigue una
aleccionadora liturgia. Muestra su estudio pleno de embalses, presas y
canalizaciones. Sube al jeep y por el empinado camino acompaña a los visitantes
al origen del milagro, al túnel bautizado como “Juan Pablo II”. Recorre a pie
presas y pantanos y al regresar de nuevo a su estudio la indicación es visitar el
Consejo regulador del Agua. Es otra de las grandezas de Arguese: su humildad y
su lógico razonamiento.
El mismo ideó el Consejo
para que fuesen los propios habitantes de la comarca quienes controlasen el
consumo, los gastos o beneficios de la obra hidráulica.
Para los habitantes de Tuuru-Merú
y para quienes le conocen, Arguese es más que un hombre. Ha dado agua y esto en
África es VIDA.
Su ejemplo de tenacidad,
fuerza y fe es amor a la vida. Arguese ama para vivir y vive para amar sin
esperar nada a cambio.
Comerá las frutas, leerá los
evangelios, dormirá y mañana de nuevo retomará su hermosa rutina. Misa,
desayuno y trabajo en la catedral que está construyendo con sus propias manos
desde hace diez años.
Los niños lo llaman el padre
que todo lo consigue
Mayte gracias por tu escrito. Nos hace seguir creyendo en el hombre con mayúsculas, además seguro que no lo ha tenido facil. Pero el amor al hermano le habra dado fuerzas para seguir adelante. Hoy al cerrar los ojos me acordare de que aunque lejos estoy muy próximo en sentimientos con una persona que no cobozco. Gracias Mayte.
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