Mutuo amor, fiel compañera
Una llamada telefónica.
Un oyente que desea comunicarse.
La magia de la radio ha obrado de nuevo el milagro.
La fidelidad es complicada de hallar cuando el universo se
encuentra pleno de maravillosas voces y
atractivos personajes. Basta un ligero movimiento de los dedos para que el
amigo y teórico amante, se transforme en pasado.
Así surge la perdida.
Así nace el hallazgo.
Una noche cualquiera de cálido septiembre, tumbada en la
cama, aburrida de la lectura, decidió escuchar la voz de su compañera desde
hace cinco años.
Como cada noche, giro su mano derecha, derrocho una ligera
caricia y la sintonía comenzó a llenar de vida la habitación. Los acordes eran
los de siempre pero la voz que se superponía a ellos, no poseía el timbre que Laura
esperaba.
Se mantuvo a la escucha durante más de media hora y así
averiguo, que su voz amiga había
marchado a otro punto del dial.
Se azaró en hallarla.
La tarea no podía ser complicada pues la
sonoridad de su locutora favorita era sencilla de reconocer, pensó.
Torneó la figurada ruleta del dial durante varios minutos y
el hallazgo no se producía. Tal vez el cambio no sería inmediato, meditó.
Esperaría unos días para recuperar esa
voz que era parte de su universo nocturno.
Apagó la radio.
No podía dormir.
Estaba acostumbrada a enredarse en el sueño con las noticias
y la compañía de quien siempre le
sonreía.
Desde chiquitita, las largas noches de hospital, las surcaba
con la presencia de sonidos y palabras que nacían de forma mágica en un aparato
de radio.
La costumbre la adquirió de su madre, quien para hacerle más
llevadera la estancia, le regalaba en el pequeño transistor, un mundo
maravilloso de radionovelas, cuentos, teatro, noticias, canciones,…
Su enfermedad tenía sabor agridulce. Agrio por el dolor
físico que mitigaba con la exquisita atención de su médico especialista. El
sabor dulce por todo lo hermoso que había podido conocer de la vida a través
del amor de su familia, sus amigos, su
pareja. Buen sabor el de la superación de la dificultad o lo compartido con
otros enfermos en cada conferencia que impartía para transmitir el valor de no dejarse vencer por un cromosoma o por una neurona.
La radio había sido uno de esos extraordinarios hallazgos de
la vida. El modesto medio de comunicación la había hecho volar a cientos de
kilómetros, para saber cómo vivían los pequeños de una aldea, en un punto
cualquiera de África. Las ondas hercianas la acompañaron en el instante en el
que se supo enamorada. El pequeño
aparato de radio la hizo sonreír y reír a carcajadas con una anécdota hilarante
de un afamado escritor,…
Para Laura la jornada no se iniciaba, ni finalizaba, sin la
compañía de sus fieles amigos de la radio.
Su minusvalía la obligaba a mantener una intensa jornada laboral en su
casa. Allí tenía dispuesta su pequeña oficina, atendiendo llamadas y correos de
los socios de la institución que dirigía.
Noticas en la mañana, tertulias en la tarde, reflexiones
nocturnas…toda una vida conociendo la vida a través de las voces y la
imaginación de los periodistas, de los
locutores. Laura, desde su hogar, veía la realidad a través de las potentes
palabras de esos profesionales.
Había comprobado que no la defraudaban ni engañaban, que,
salvo matices, la realidad era tal cual ellos la narraban. La radio no deforma
los acontecimientos, es inmediata, no hay tiempo para edulcorar. Para ella y tantos
oyentes, las ondas son un apéndice más
de su organismo.
Era importante para Laura, iniciar la jornada sabiendo como
se había levantado el mundo y más importante aún para ella, su “tiempo regalo”
nocturno. Por ello una noche más intentó buscar de nuevo a su voz amiga. Repitió la liturgia, se
acostó, movió su mano derecha, acaricio el botón y recorrió el dial…no hubo
suerte. En el camino de vuelta, se detuvo. ¿Quién era?
Su ritmo le gusto
desde el inicio: las palabras bien vocalizadas, frases rotundas que sonaban
serenas,…hizo un alto en el camino. Durante unos minutos se dejo atrapar por la
nueva voz. El programa finalizó. Laura percibió que no habían sido unos minutos
de escucha atenta, había sido más de una hora. Una nueva oyente se inscribía en
este punto. La nueva locutora continuaría su tarea sin saber que una nueva
amiga se había unido al grupo de escuchantes. Los profesionales de este medio
laboran con la misma pasión que cada día,
cada noche, sin saber si serán uno, dos, cien o mil,…los atentos amigos.
Meses más tarde, atrapada por la nueva frecuencia, Laura
marcó el número de la emisora; pregunto por ella, charlaron y desde ese
instante ambas forjaron una maravillosa amistad. El amor a la radio las había
unido. La complicidad de quien ama su trabajo, unida a la de quien lo escucha
con respeto, componen la formula que impone magia a este medio de comunicación.
Laura presionó las teclas de su teléfono pues siempre supo
que los locutores le hablaban a ella. Hoy y siempre, al abrir la caja de
frecuencias, hallaremos una voz que nos hable a nosotros, solo a nosotros. Sus cadencias nos
acompañan y nos quieren. De ello saben mucho aquellos que, como Laura, en su
casa o en el hospital han tenido siempre la radio como fiel amiga.
Su madre así se lo enseño: “escucha hija, no ves que te
hablan a ti” le decía. Así lo sentía y así es. “Son amigos y nosotros sus
cómplices”, añadía la madre. La radio para una inmensa minoría sigue siendo…mutuo
amor, fiel compañera diaria.
Publicado en el nº 49 de la Revista de la Asociación Parkinson Aragón.
Gracias a todos ellos por su ejemplo diario.
http://www.parkinsonaragon.com/boletin/
Publicado en el nº 49 de la Revista de la Asociación Parkinson Aragón.
Gracias a todos ellos por su ejemplo diario.
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