Espectáculo vergonzoso y alcohol
Un pueblo cualquiera de Navarra. Sábado por la tarde. Dos equipos de regional preferente en juego. Tensión por la rivalidad de pueblos vecinos.
En el minuto 70 del encuentro la mirada se desvía del terreno de juego. Dos aficionados se golpean en la cercanía de los banquillos. Tres palabras se pronuncian, "Eres un bocazas" y un puñetazo se lanza.
Tensión dentro y fuera de la cancha. Un padre y un joven se han desatado.
El colegiado prosigue su labor marcando las normas de juego. Sin su serenidad el desconcierto habría contagiado a deportistas y aficionados. La batalla campal hubiese estado servida.
En unos minutos la policía foral se hace presente. Los cuerpos se relajan ante las posibles denuncias,de alta cuantía económica, que se imponen por estos hechos en esta comunidad. Los cuerpos, los gritos y grupos se mitigan y diluyen.
¿Cómo es posible que estas alturas no se entienda la esencia del fútbol?.
¿Cómo es posible que se siga utilizando jornada tras jornada la figura del árbitro como frontón donde lanzar la falta de autoestima?.
¿Cómo es posible que las manos agresivas puedan con la razón de la palabra?.
Existe un factor añadido a este desconcierto. Un elemento que en pocas ocasiones se saca a la luz. En instalaciones deportivas donde juegan equipos infantiles, juveniles o preferentes se vende alcohol. Su consumo está en un limbo dentro de la ley.
La fusión de la contención de problemas personales de algunos aficionados, con la pasión por la victoria, con la inhibición por el alcohol, generan peleas que van más allá de un bofetón.
Motivos para reflexionar infinitos. Utilizar la tarde como terapia malentendida, beber alcohol en un lugar donde el deporte es protagonista,... Y lo más importante, no se puede consentir que unos niños pequeños contemplen un espectáculo vergonzoso paralelo al fútbol.
Educar significa contemplar a 22 jugadores, un árbitro dos líneas y un balón con la unica misión de disfrutar observando el trabajo en equipo.
Emocionante escuchar días antes, como un padre explicaba a sus hijos, en otro encuentro cualquiera, su visión de la jugada. Como les indicaba que el deporte no eran aquellos señores que lanzaban gritos desaforados con palabras poco amables.
Existen tantas buenas y malas jugadas como jugadores, tantas buenas y malas decisiones como árbitros . Pero lo único que no admite discusión es que quien está noventa minutos en el césped son ellos. Solamente quien pisa la hierba sabe lo que ocurre en cada pase. Los aficionados acompañan y disfrutan opinando, ese es el objetivo, disfrutar. Los añadidos fuera de tono matan la esencia de un gran deporte. No debería consentirse.
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